El ritmo es
endiablado. Mientras disfrutamos del paisaje el tiempo pasa inexorable por nosotros a una velocidad vertiginosa. La vida vuela sobre los raíles y la tierra se va quedando atrás sin apenas permitirnos
darnos cuenta. Caminamos a toda prisa hacia una estación fantasma. Un andén inexistente nos espera, se nos viene encima a toda prisa. La distancia al infinito se acorta a cada instante. En los vagones de este tren endemoniado no hay previstas salidas de emergencia. El viaje finalmente nos depara un silencioso impacto mortal con el
vacío.
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