Cuando los hados sonríen, una composición sencilla puede crecer al infinito. De puntillas y a escondidas, se acercan sigilosos a la escena para impregnar el espacio de colores inesperados, expresividad, irisaciones sorprendentes y reflejos imprevistos. Todo lo hacen brotar sin permiso de la nada. El impredecible resultado se llena de fuerza y emociona. La responsable de ese acabado sorprendente, la culpable de los aplausos, es la luz del atardecer. De ella nace el milagro, ella es quien convierte en arte la rutina. Ella es la dueña de la magia.