El hombre se asoma al día sin demasiado entusiasmo. No sabemos lo que divisa desde la ventana, pero ni eso ni la climatología adversa acaparan la atención del protagonista. Aunque parece dirigir su mirada al exterior, es evidente que está mirando hacia muy adentro. Los días otoñales invitan a la nostalgia. En el momento del disparo la cámara no ha captado a un hombre mirando por la ventana en un día lluvioso. Realmente la imagen nos muestra a una persona a la que se le ve recordar.
Las imágenes hablan por sí mismas. Esto es lo que éstas un día me dijeron a mí.
lunes, 28 de septiembre de 2009
domingo, 27 de septiembre de 2009
Una espera resignada
Normalmente la espera viene inevitablemente teñida de incertidumbre (“no va a llegar a tiempo”, “¿para qué me habrá citado?”, “tarda más de lo que debiera”, “¿vendrá?”). Si siempre entraña dudas, especialmente complicada es la espera de los enamorados y la de los que no sospechan siquiera lo que está por llegar. La letra de una canción de Amistades Peligrosas decía que “larga es la espera cuando se quiere, pero más larga es la espera sin saber lo que se espera”.
En este caso empieza a atardecer, el día se ha ido gastando y la espera de las protagonistas parece haber sido larga y tranquila. No se aprecian por ningún lado atisbos de inquietud. En este instante todas las emociones de la niña se limitan al intenso mundo que se dibuja en las páginas de su libro. El resto no le preocupa. Por su parte, el tiempo de la mujer discurre sin impaciencia totalmente ajeno a lo que pasa ante sus ojos o transcurre a sus espaldas. Aislada del entorno dormita acodada en el respaldo de la silla, estratégicamente situada al efecto, mientras aguarda confiada el final de una espera que en modo alguno le desespera.
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