La sabiduría no está en los libros. Dicen los manuales al uso (y cuando sacude una ola de calor, los telediarios hasta la saciedad) que para evitar las deshidrataciones y que el cuerpo no se amilane ante las altas temperaturas, lo conveniente es aligerar la vestimenta, quitarse ropa y enfundarse en tejidos vaporosos, a ser posible blancos o muy claros. Nada más lejos de la filosofía experimental de las campesinas marroquíes. La fórmula consiste en abrigarse para combatir el calor. Contra los cuarenta grados a la sombra, la receta infalible es un traje pesado con varias capas de llamativos colores por encima. Y parece ser eficaz. Mientras los europeos combaten los calores sin camisa en la terraza, a base de cocacola y abanico, ellas trabajan enfundadas en sus historiados trajes y mantienen a buen ritmo la labor. Y a fe que lo hacen sin una gota de sudor.
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