En Possotomé, al suroeste de Benín, el día arranca descolorido. Hace rato que un desganado amanecer dibuja con trazos desvaídos una mañana temprana de baja intensidad. Un joven pescador impulsa convencido una tosca embarcación. Se ha empeñado en escapar de la mancha insulsa que le persigue desde la orilla. Busca con ahínco un tono más atrevido entre las aguas desteñidas del lago Ahémé, sueña con algún regalo afortunado que haga despertar los colores festivos de una jornada apagada.