Es día festivo. Los árabes se embellecen, les gusta lucirse y se visten especialmente para las ocasiones. La señora ha sacado sus mejores galas para la celebración. Sin embargo, la mirada baja, reflexiva, meditabunda, denota que alguna procesión interna le nubla el festejo que se avecina. Va dispuesta a cumplir con la festividad, pero con la mente ocupada en algún otro quehacer menos gozoso. La foto lo dice.
Nunca supe por qué hago fotografías. Algunas veces pienso que es casual. Tal vez una serie de circunstancias encadenadas, un proceso aleatorio te lleva por ese camino. Otras pienso que no. Nunca me llamaron la atención los payasos, ni el domador, ni la trapecista, a mi siempre me dejaba boquiabierto el número de magia. Estaba convencido de que los magos eran seres superiores, gente sobrenatural, dioses. Los adultos me decían que no era verdad, que hacían trucos, que todo era una trampa, pero a mí me daba igual. Continuaba atontado. Me cautivaba el poder de la ilusión. Quizás por eso he seguido admirando a los tramposos habilidosos, a los que se creen sus mentiras y a los canallas inocentes. La fotografía me ha permitido tocar mi sueño con la punta de los dedos. Yo también puedo hacer magia. A veces capto un instante fugaz y lo hago eterno. Incluso he soñado que con la cámara recortaba un trocito de realidad y lo hacía tan grande como el mundo.
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